Trazos
PROFESIONAL
Soy periodista, actualmente Redactor Jefe en VideoreportCanarias-Televisión Canaria. Comencé mi carrera profesional en Radio Libertad donde, tras pasar por varios espacios, ejercí como Jefe de Deportes. El mismo cargo desempeñé en Canal 6 y posteriormente en Canal 9 Las Arenas, hasta que en 2001 me incorporé a mi actual puesto. Durante siete años fui editor y presentador de Todo Goles, y en la actualidad lo soy de Deportes 1, la sección de deportes del informativo diario, Telenoticias 1. Comparto pantalla con Dani Álvarez.
Soy periodista, actualmente Redactor Jefe en VideoreportCanarias-Televisión Canaria. Comencé mi carrera profesional en Radio Libertad donde, tras pasar por varios espacios, ejercí como Jefe de Deportes. El mismo cargo desempeñé en Canal 6 y posteriormente en Canal 9 Las Arenas, hasta que en 2001 me incorporé a mi actual puesto. Durante siete años fui editor y presentador de Todo Goles, y en la actualidad lo soy de Deportes 1, la sección de deportes del informativo diario, Telenoticias 1. Comparto pantalla con Dani Álvarez.
PERSONAL
Estoy casado con María. Tenemos dos hijos, Daniel y Alejandro. Somos algo errantes, porque ya hemos vivido en San Mateo, en Moya, y ahora en Las Palmas de Gran Canaria. Me declaro católico comprometido, y soy animador de Pastoral con Jóvenes. Me entusiasman las posibilidades de comunicación y expresión que brindan las nuevas tecnologías. Tengo cuentas activas en Facebook, Twitter, Youtube y Flikr. Practico tenis varias veces por semana, deporte en el que me inicié de niño y en el que competí durante diez años a nivel local. También jugué al baloncesto federado durante cuatro temporadas en los Salesianos. Actualmente mis horarios no me lo permiten, pero cuando puedo me apunto a una buena pachanga con la peña del Pabellón de La Vega de San José. El ajedrez es otra de mis aficiones, y competí como federado por equipos e individualmente durante tres años. Me apasiona viajar y leer. Toco la guitarra, o eso creo, y me gusta cantar. Por si fueran pocas mis aficiones, también le doy a la fotografía y la edición de vídeo. Pero, sobre todo, soy feliz en buena compañía y cuando me siento a solas frente a un folio en blanco.
Estoy casado con María. Tenemos dos hijos, Daniel y Alejandro. Somos algo errantes, porque ya hemos vivido en San Mateo, en Moya, y ahora en Las Palmas de Gran Canaria. Me declaro católico comprometido, y soy animador de Pastoral con Jóvenes. Me entusiasman las posibilidades de comunicación y expresión que brindan las nuevas tecnologías. Tengo cuentas activas en Facebook, Twitter, Youtube y Flikr. Practico tenis varias veces por semana, deporte en el que me inicié de niño y en el que competí durante diez años a nivel local. También jugué al baloncesto federado durante cuatro temporadas en los Salesianos. Actualmente mis horarios no me lo permiten, pero cuando puedo me apunto a una buena pachanga con la peña del Pabellón de La Vega de San José. El ajedrez es otra de mis aficiones, y competí como federado por equipos e individualmente durante tres años. Me apasiona viajar y leer. Toco la guitarra, o eso creo, y me gusta cantar. Por si fueran pocas mis aficiones, también le doy a la fotografía y la edición de vídeo. Pero, sobre todo, soy feliz en buena compañía y cuando me siento a solas frente a un folio en blanco.
GRISÁLIDA
UN BLOG EN ESCALA DE GRISES
Una crisálida, con 'C', es un hermoso proyecto a todo color. Pero cuando pasa el tiempo, cuando los ojos ya han disfrutado de la explosión cromática que es la vida en edades tempranas, llega la madurez de los grises. Los colores intensos son necesarios para conformar la experiencia vital, pero en la madurez desvían la atención si se trata de tomar decisiones o reflexionar.
La madurez es equilibrio. Y el equilibrio en el análisis, en el debate, en el pensamiento, no se halla en la equidistancia respecto a dos extremos, sino en la capacidad de apreciar los matices, que a veces nos acercan a unos o a otros, sin que eso nos tenga que dar vértigo. El blanco y el negro rara vez son la verdad, pero a veces puede estar muy próximo a alguno de los dos. Viviendo en la GRISÁLIDA, con 'G', podré aproximarme tanto como quiera a cualquiera de ellos, sin ser ellos. Definitivamente, la GRISÁLIDA es mi sitio.
UN BLOG EN ESCALA DE GRISES
Una crisálida, con 'C', es un hermoso proyecto a todo color. Pero cuando pasa el tiempo, cuando los ojos ya han disfrutado de la explosión cromática que es la vida en edades tempranas, llega la madurez de los grises. Los colores intensos son necesarios para conformar la experiencia vital, pero en la madurez desvían la atención si se trata de tomar decisiones o reflexionar.
La madurez es equilibrio. Y el equilibrio en el análisis, en el debate, en el pensamiento, no se halla en la equidistancia respecto a dos extremos, sino en la capacidad de apreciar los matices, que a veces nos acercan a unos o a otros, sin que eso nos tenga que dar vértigo. El blanco y el negro rara vez son la verdad, pero a veces puede estar muy próximo a alguno de los dos. Viviendo en la GRISÁLIDA, con 'G', podré aproximarme tanto como quiera a cualquiera de ellos, sin ser ellos. Definitivamente, la GRISÁLIDA es mi sitio.
UN POCO DE (mI) HISTORIA
Esta es parte de la historia de mi familia, y por tanto mía. No está de más que quienes me lean sepan de dónde vengo; no para prejuzgar, sino para entender. Ya saben, por la importancia del contexto, eso que tantas veces olvidamos.
Aquí vine al mundo, muy cerca del Danubio, en Budapest, Hungría:
La Historia comienza para cada persona en el punto en el que su memoria se pierde. No tengo recuerdos de la Guerra Civil Española, porque después de finalizar, yo aún tardaría 29 años en ver la luz, pero me han hablado de ella mis allegados. En cierta forma, ésta es también una «variedad» de memoria. Nos la ayudan a construir nuestros familiares más próximos a través de la narración de acontecimientos y anécdotas sobre sus vidas y la de sus antepasados, a quienes nosotros no conocimos pero ellos sí. También este conjunto de escenas y vivencias, dispersas y subjetivas, historias oídas muchas veces, llegan a adquirir el rango de memoria individual. Mis recuerdos no van mucho más allá de los últimos años de la década de los 70. Lo demás, todo lo que sé o creo saber sobre acontecimientos anteriores, lo he heredado de testimonios familiares y aprendido de historiadores.
Sé que mis abuelos paternos, Víctor y Carmen, ambos ya fallecidos y cuyos restos reposan en Gran Canaria, pertenecieron al bando republicano. Mi abuelo era militar, oficial de comunicaciones de la Marina. Cuando finalizó la guerra tuvo que huir de España junto a mi abuela, perseguido por los falangistas, para instalarse en Francia. Allí, en Saint Julia, nacieron sus dos hijos, Víctor y Ricardo. Poco después, el gobierno francés de René Pleven lo deportó a Córcega junto a cientos de exiliados. Se identificó bajo el nombre de Operación Boléro-Paprika, y consistía, básicamente, en evitar la «amenaza» que suponía albergar a tantos comunistas en suelo galo y, de paso, agradar al vencedor de la guerra y nuevo Caudillo español, Francisco Franco. Mi abuelo fue alejado de su familia durante casi un año, tiempo en el que nada supieron de él, si estaba vivo o muerto. El emotivo reencuentro no se produjo hasta la segunda fase de la operación, cuando Hungría, ya bajo el régimen comunista del Telón de Acero, se ofreció para acoger a los republicanos españoles de Francia, país a cuyo Gobierno le faltó tiempo para aceptar la oferta y quitarse de encima el problema. Así es como mi padre, que contaba entonces con doce años de edad, acabó en Budapest.
Mi madre proviene de una familia acomodada de la Hungría opulenta heredera del Imperio austrohúngaro. Mi abuelo, Waigand Ferenc, era ingeniero industrial y antes de la II Guerra Mundial dirigía una fábrica textil en Budapest. Mi abuela, Balázs Zsuzsanna, era una mujer culta, políglota, que traducía al húngaro libros escritos en alemán y francés. Cuando llegó la invasión nazi y la posterior «liberación» soviética su mundo se derrumbó. Les fue expropiada la lujosa casa en la que vivían, con numerosas habitaciones, jardín y servicio doméstico. Al principio les obligaron a instalarse en dos estancias de su propia vivienda, arrinconados por un capitán del ejército soviético que ocupó el resto del inmueble. Les confiscaron —robaron, sería más correcto decir— todas las pertenencias que consideraron valiosas, y finalmente fueron desalojados, dándoles cobijo en un piso de la calle Bimbó, de dos habitaciones. Para entonces mis abuelos ya tenían a sus siete hijos, seis mujeres y un varón --Mari, Zsuzsi, Éva, Marci, Ágota, Zsóka y Orsi—, a los que dieron una educación cristiana. Habían pasado de la abundancia a la estrechez en poco tiempo, lo que hizo aún más admirable su capacidad de adaptación y la transmisión de unos valores que no contemplaban el rencor ni el odio. Porque motivos hubo para ello. Algunos de sus familiares próximos fueron encarcelados por ser sacerdotes o considerárseles enemigos del Partido. Mi propio abuelo vivió bajo amenaza de muerte durante meses, cuando el ejército comunista le exigía reabrir la fábrica con celeridad tras haberse interrumpido la producción durante la ocupación. Fue encerrado en un minúsculo habitáculo de la misma nave, a punta de pistola, como método de coacción.
Los años siguientes fueron difíciles para los católicos confesos. A la escasez propia de la posguerra se unía el régimen autoritario que perseguía a los cristianos. A los más «alborotadores» los encerraron, y a los demás les hicieron la vida imposible, en el trabajo a los adultos y en la escuela a sus hijos. Mis primeros recuerdos lúcidos provienen aún de la Hungría comunista, cuando mis padres, mi hermana y yo, ya residentes en Gran Canaria, regresábamos a visitar a la familia. Tengo en la memoria una imagen imborrable; la de mis tíos y mis primos sentados junto al fuego asando panceta ahumada y bebiendo té mientras entonábamos canciones tristes. En una ocasión alguien comenzó a hablar de política. Todos bajaron la voz hasta el susurro y yo pregunté con ingenuidad infantil el motivo: «porque nos pueden denunciar», fue la respuesta.
Mi familia estuvo entre los derrotados en España, sufrieron la ocupación en Hungría, y en ambos casos fueron perseguidos. Nadie nos ha pedido perdón; ni el bando falangista español, ni sus cómplices del gobierno francés, ni el Partido Comunista húngaro. Tampoco lo espero, ni lo necesito. La Historia ya la han contado los historiadores, y mi «memoria histórica» está a salvo gracias a los recuerdos heredados, que en lugar de convertirme en alguien resentido y deseoso de saldar cuentas en el nombre de mis antepasados, han enriquecido mi perspectiva.
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(Publicado por primera vez en SOY CRISTIANO; editado y corregido para GRISÁLIDA)