GRISÁLIDAeSCOJO LA MADUREZ DE LO GRISES |
Publicado en jugandoencasa.es el 23 de agosto de 2011 Cuanto más organizada está una sociedad, mayor riesgo corren sus miembros de olvidarse de pensar por sí mismos. Y lo que es peor, de perder la capacidad de discernir el bien del mal sin tener que acudir a un manual de derecho penal. Vaya por delante que en modo alguno estoy en contra de las leyes y el orden, claro está, solo constato la consecuencia menos buena de algunos de los mecanismos y herramientas imprescindibles para convivir en sociedades avanzadas, si bien es cierto que serían aún más avanzadas si esas herramientas ya no fueran necesarias. Como de eso todavía estamos muy lejos, voy a los hechos recientes que me conducen a esta reflexión, que por otro lado no tiene nada de original pero que de vez en cuando conviene recordar por si sirve de algo... El director del FMI y futurible candidato a la presidencia de Francia por el partido socialista, Dominique Strauss-Kahn, es detenido como sospechoso de agredir sexualmente a una camarera del hotel en el que se alojaba en EEUU el pasado mes de mayo. Tras ser acusado por el fiscal, que aseguraba contar con indicios claros de delito, decide dimitir de todos sus cargos públicos antes de iniciar su defensa. Tres meses después solo se ha podido demostrar que mantuvo relaciones sexuales con la camarera, sin pruebas concluyentes de que fuese como consecuencia de una violación. Si a eso añadimos la pérdida de credibilidad de la supuesta víctima, una inmigrante que mintió para entrar en EEUU y que tras los hechos mantuvo una sospechosa conversación telefónica con un narcotraficante que cumple condena, es fácil entender que Strauss-Kahn quedase hoy mismo libre y sin mancha. Este tiempo de «condena mediática anticipada» que según algunos ha sufrido el poderoso político, ha servido para que otros muchos que solo conocíamos al personaje por su papel al frente del FMI fuésemos ilustrados acerca de sus andanzas donjuaneras por medio mundo. Gracias a eso ya sabemos que, si no es un violador, sí está probado que es un tipo bastante libertino. El otro caso es el del dimitido exsenador y todavía presidente del Cabildo de La Gomera, el canarioCasimiro Curbelo. Fue detenido en Madrid por atentado contra la autoridad, según reza el informe policial, además de haber sido denunciado por altercado público y destrozos en un inmueble. Todo ello tras una noche de presuntos excesos con el alcohol y las prostitutas de un local de alterne, junto a su hijísimo, Aday Curbelo. El senador lo niega, utilizando el viejo recurso del «es una persecución política». Como en el caso de Strauss-Kahn, no seré yo quien lo juzgue en lo relativo a la Ley —el juez lo hará—, pero tengo derecho a hacerlo sobre todas aquellas conductas que no dependen de un tribunal, pero sí de un código moral exigible a cualquier ser humano, y sobre todo a un representante público. Lo que pasa en Italia con Silvio Berlusconi es algo diferente. El todavía Presidente de Gobierno italiano se enfrenta, junto a diversos cargos por delito fiscal y de apropiación indebida, a otro de abuso de poder y prostitución de menores. Su caso es distinto a los relatados anteriormente porque lleva tantos años haciendo orgullosa ostentación de su indecencia humana, política y empresarial que no se le conoce ninguna adhesión confesa más allá de los Alpes —los sociólogos y politólogos italianos necesitarán décadas para explicar de modo convincente los espectaculares resultados electorales de los que Berlusconi ha disfrutado durante dos legislaturas alternas desde 2001—. Al contrario de lo que sucede con Strauss-Kahn y Curbelo, con Berlusconi nadie se retrae ya a la hora de criticar su desenfreno sexual con jovencitas, su manifiesto machismo, cuando no misoginia, y las dudosas prácticas empresariales al servicio de sus campañas políticas. Una vez conocido el giro del caso a su favor, la exposición mediática de Strauss-Kahn ha servido para reabrir el eterno debate sobre la presunción de inocencia, los juicios paralelos y el injusto desprestigio de un vip. Pero no he escuchado nada, salvo tímidos comentarios sueltos, sobre lo que los juristas llaman «relación consentida» con la camarera del hotel, utilizado, además, como argumento principal de la defensa del político galo. Lo de Casimiro Curbelo también habrían sido «relaciones consentidas», en su caso en un local de citas, aunque él negó incluso ese extremo en un comunicado de prensa, contradiciendo el informe policial y los testimonios de todos los testigos. Para muchos, esta probable mentira es lo más grave de los actos del exsenador. Desde luego, mucho más que su presencia misma en un prostíbulo, que es un negocio legal —al menos no ilegal—, aunque con un evidente componente vejatorio para las mujeres que allí ejercen. La corriente social dominante «obliga» a ser especialmente tolerantes con el consumo de sexo, además del alcohol y la marihuana, siempre que no se cometa delito. Por eso, nadie condena que Casimiro Curbelo se vaya de putas, «si es con su dinero», he llegado a leer, ni que Strauss-Kahn se lo monte con camareras, secretarias o «profesionales». Porque para saber si debemos criticar una conducta, lo primero que hacemos es acudir al código penal para comprobar si está prohibida o no, sin conceder espacio a nuestra capacidad de distinguir lo que está bien de lo que está mal. —El debate filosófico sobre si esa capacidad es innata o aprendida lo dejaremos para otro momento—. Por lo que a mí respecta, Strauss-Kahn, Silvio Berlusconi y Casimiro Curbelo son culpables y, por tanto, no merecen confianza como políticos. Y las causas son sus escarceos sexuales, que incluyen noches de lujuria en mansiones, hoteles y prostíbulos. Me niego a seguir la absurda doctrina de no juzgar a personajes públicos por sus conductas personales. Todo lo contrario. Sostengo que las personas que ostentan cargos públicos deben ser especialmente virtuosos en su vida privada. Una persona puede adoptar una pose en un ámbito determinado, pero a la hora de tomar decisiones se regirá por su escala de valores real, es decir, los valores que prevalecen sobre los otros cuando hay que escoger entre ellos y cuyo orden es imposible variar a demanda según se esté en casa, en la habitación de un hotel o de juerga. Si alguien se deja llevar por los excesos en su vida privada, ¿qué le hará contenerse en su responsabilidad pública? Y si en lo personal no es coherente con lo que defiende desde una tribuna, no podemos fiarnos de que hará lo que promete. Puede hablar de la igualdad de género, de proteger a las mujeres de los maltratadores, de aprobar leyes que favorezcan la equiparación laboral entre sexos, pero si en su vida personal utiliza a las mujeres como objetos y engaña a su pareja, ese político no merece nuestra confianza. Durante años se ha criticado desde Europa el puritanismo norteamericano que hurga en la vida íntima de los políticos y hace descarrilar prometedoras carreras por culpa de pequeños deslices, muchos de carácter sexual. Pero una cosa es no perdonar errores puntuales, y otra, entregar nuestra confianza a candidatos de los que solo sabemos lo que dicen en los mítines, adornado con su estudiado lenguaje corporal. Aún a riesgo de cometer una grave incorrección dentro del pensamiento político-social reinante, yo quiero conocer detalles de la vida personal de quienes aspiran a representarme y no solo edulcoradas biografías oficiales coronadas con un brillante historial académico. Por supuesto, elegiré a una persona competente, pero, sobre todo, justa, fiel, coherente, sincera, honrada y con una probada escala de valores que responda al modelo de sociedad que asegura querer construir. |