El blog de Armando Vallejo Waigand
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GRISÁLIDA



​eSCOJO LA MADUREZ DE LO GRISES

EL 'SILLONBOL' NO ES OLÍMPICO

7/9/2013

 
Publicado en jugandoencasa.es el 13 de agosto de 2012.
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Leo y escucho profundas lamentaciones por el 'no' a Madrid 2020. Más allá de lecturas de carácter geopolítico, veo que, en general, se considera injusto porque «España es una potencia deportiva». Pero eso es una verdad a medias. Lo expliqué tras Londres 2012:

Durante tres años y once meses España ha sido admirada, cuando no envidiada, por sus grandes éxitos deportivos. Nadal, Fernando Alonso, Contador, Jorge Lorenzo, la selección de fútbol, la de baloncesto, la de balonmano... Somos la mayor potencia mundial del deporte en la actualidad, o eso queremos pensar. Pero han llegado los Juegos Olímpicos de Londres, y España ha vuelto a ser durante quince días ese país mediocre que está a la cola de todas las grandes potencias de siempre y las emergentes, incluso por detrás de pequeños países a los que superamos demográfica y económicamente. España acabó los Juegos en el puesto 21 del medallero, con tres oros y diecisiete medallas en total.

 Y así, tras el «Soy español, ¿a qué quieres que te gane?», vuelve el sentimiento de inferioridad que recorre las redes sociales de norte a sur de la geografía española —algo endulzado por el fin de fiesta, con la plata de  la selección de baloncesto—, con debates inagotables sobre el abandono de las instituciones a deportistas que merecen más apoyo, adornado con todo tipo de cifras sobre subvenciones, patrocinios y planes ADO. Aparecerán publicados gráficos de barras con cubos de colores sobre el presupuesto que dedican al deporte los llamados países de nuestro entorno y con los que nos comparamos en todo, y con los que en casi todo salimos perdiendo. Francia, Italia, Gran Bretaña,Alemania, etc. En todas esas comparativas, y que a menudo los propios deportistas utilizan para justificar sus pobres resultados o dotar de un halo heroico sus éxitos, existe un error de fondo. Es improbable que con el doble o el triple de presupuesto para el deporte, Concepción Montaner, por ejemplo, pudiese saltar mucho más allá de los 6,30 que hizo en Londres, para acabar novena en salto de longitud; o que Antonio Reina, el mejor español en los 800 metros, hubiera mejorado el decimoquinto tiempo de las semifinales, con su 1:45.84. 

Veamos. El dinero inyectado directamente en el deporte de alto rendimiento sirve para: construir, modernizar y equipar instalaciones, fichar del extranjero o formar a nuestros preparadores, acceder a las últimas tecnologías para la mejora del rendimiento, otorgar becas a los deportistas de mayor nivel para que pueden dedicarse en exclusividad a entrenar y acudir a todas las competiciones internacionales sin tener que pedir permiso en el trabajo. Así visto, no está mal. Y con todo eso, multiplicado por dos, por tres, o por cuatro, tal vez, algunos de nuestros actuales representantes hubieran mejorado, siendo optimistas, en dos o tres puestos sus resultados en Londres. Seguiríamos sin ser potencia, pero habiendo gastado el triple. ¿Por qué? ¿Qué diferencia a las potencias, llamémoslas, olímpicas? El número. No de euros, dólares o yenes invertidos, sino de deportistas —me refiero a deportistas de todas las edades— dedicados a las especialidades olímpicas en todo el país. No me quiero cebar con Antonio Reina o Concepción Montaner, son dos ejemplos tomados al azar, pero si fuéramos potencia, seguramente ellos no formarían parte del equipo olímpico porque habría otros deportistas con mayor potencial que ocuparían sus plazas con mejores marcas. Habría más donde elegir, y, por tanto, habría más probabilidades de hallar mejores talentos naturales. Es así de sencillo. 

Podemos restregarle a los Juegos Olímpicos todos los defectos que ustedes quieran. Hipocresía respecto al tan cacareado «espíritu olímpico», el mercado de intereses políticos y económicos que hoy en día es el COI, incluso su controvertida lucha contra el dopaje mientras estimula más allá de lo razonable la consecución de récords, cada vez más inhumanos. Y pese a todo, los juegos olímpicos siguen siendo la única oportunidad de medir y comparar la cultura deportiva de todos los países del planeta. También busca y encuentra a los mejores de cada especialidad, claro está, pero yo hablo de la cultura deportiva, de la implantación en la sociedad del deporte en estado puro. Eso que luego hace que haya donde elegir talentos extraordinarios. Pero esa es la consecuencia, nunca el origen. En esto sí influye el orden de los factores. 

España es una potencia futbolística. Sus éxitos han llegado muy tarde, pero creo que eso sí que es un accidente histórico que no se volverá a repetir; somos una potencia en baloncesto desde hace, al menos, dos décadas, con mayores logros ahora porque ha coincidido una generación de oro; hace muchos años que somos una potencia en motociclismo y en tenis, aunque la gigantesca figura de Rafa Nadal haga parecer pequeños a sus muchos y luminosos antecesores. Claro, porque en España los niños que hacen deporte, que ni mucho menos son todos —en otros países sí—, juegan al fútbol, al baloncesto o al tenis. Los deportes que elegimos para nuestros hijos o que ellos mismos piden practicar son los que vemos por la tele, es decir, los deportes superprofesionales. La razón es que la nuestra no es una cultura deportiva, sino televisiva. Por eso digo, ahora sí, que nuestros representantes olímpicos en los llamados deportes minoritarios, incluidos Antonio Reina y Concepción Montaner, castigados por mí en estas líneas, tienen muchísimo mérito. No por llegar a unos Juegos con poco dinero público, sino por nadar contracorriente, por hacer algo distinto a lo que hace la mayoría, por dedicar su juventud heroicamente a una actividad que no tiene ningún reconocimiento social, y por ende, mediático. 

Capítulo aparte merecen los cuatro medallistas canarios, en la mejor participación isleña de la historia, y eso que este año no hubo fortuna en vela, tradicionalmente nuestra principal baza. 
Thaïs Henríquez, con su bronce en natación sincronizada en la modalidad de equipos, sigue engordando su espectacular palmarés, en una veda que un día abrió la también canaria Paola Tirados. Sergio Rodríguez merecía por su trayectoria compartir con protagonismo en la pista alguno de los grandes éxitos del baloncesto español. La plata de Londres le hace justicia. Marta Mangué es ya una leyenda del balonmano nacional. Ambiciosa y guerrera, llevó el peso de un equipo que no era favorito para las medallas, pero que logró el bronce a base de casta y un deseo insaciable de victoria. Nicolás García, nuestro taekwondista, el más desconocido de los cuatro y cuya foto ilustra este artículo, tuvo en vilo a todo el archipiélago —y a todo el país— en su colosal lucha por el oro en la final de 80 kg., en la que perdió por un solo punto. La plata que cuelga de su cuello es la recompensa a uno de los claros ejemplos de lo que he estado hablando. Gloria a los cuatro, y, por supuesto, la felicitación también a nuestros otros deportistas. A aquellos de disfrutaron de la experiencia inigualable de participar en unos Juegos Olímpicos pero sin el éxtasis de subir al podio, y a los que no llegaron por falta de suerte, por lesiones o porque, simplemente, no les alcanzan sus condiciones, pero se esforzaron tanto o más que los que estuvieron. Todos ellos son nuestra esperanza de que algún día Canarias y España sean una potencia en cultura deportiva. Las medallas llegarán para confirmarlo.

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