El blog de Armando Vallejo Waigand
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​Una grisálida es un proyecto de vida a todo color.

         Yo prefiero la madurez de los grises.

ÁFRICA REINVENTA EL FÚTBOL

11/6/2010

 
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Desde que África empezó a asomar la cabeza en los mundiales con aquellos sorprendentes leones indomables de Camerún en España ’82 e Italia ‘90, o más tarde con la Nigeria de EEUU ’94, el fútbol, el de verdad, el profesional, el europeo —con permiso de Brasil y Argentina—, siempre ha mirado con ternura los intentos animosos de losnegritos de acercar su nivel al de las grandes potencias. Eran esos equipos simpáticos que divertían con su desparpajo y su desorden. 

Claro que el mundo desarrollado tiene mucho que enseñarle a África, pero África, en su Mundial, está reinventando el fútbol. No con su calidad, ni con un novedoso y sesudo sistema de juego, sino con su naturalidad. El fútbol profesional se ha convertido en un asunto de vida o muerte, y en eso, en la muerte y en la lucha por sobrevivir no existe mayor autoridad en todo el planeta que África. Conoce la fina línea que separa ambos estados, y sabe que no se dirimen sobre un terreno de juego. Pero nosotros, los del fútbol profesional, organizamos funerales —cuando no linchamientos— tras la derrota de nuestros equipos. Lamentablemente, la lección que nos dio la selección de Sudáfricaantes del partido caerá en saco roto por culpa de nuestra prepotencia, por nuestro enfermizo afán colonizador, por nuestra soberbia, por nuestra vocación de ser virus que contagia pero incapaz de contagiarse.
Sus mejores jugadores incluso fueron encontrando acomodo en las ligas blancas, el sueño de cualquier futbolista. Se me viene a mi cabeza de cuarentón, N’Kono, el primer portero africano que encontró El Dorado en la Liga, en el Espanyol de Barcelona. Al llegar, la primera tarea de sus nuevos entrenadores era enseñarles a mantener el dibujo táctico, adiestrarlos, europeizarlos. A algunos les resultó imposible adaptarse y malvivieron en categorías menores, en ligas menores o regresaron a sus países. Unos pocos triunfaron y abrieron la ruta para que las nuevas generaciones tuviesen más despejado el camino. Ahora, con el Mundial de Sudáfrica, el fútbol recorre simbólicamente el camino contrario. Es el resto del mundo el que va aÁfrica. Esta «visita» se ha interpretado como la apertura del continente negro al mundo, como el símbolo del desarrollo que lentamente está logrando, y como el pago de una deuda pendiente, casi como un gesto solidario «que es de justicia», suelen añadir. Sin embargo, casi todo lo que leo y escucho sobre las selecciones africanas y la organización del Mundial sigue manteniendo el mismo tono condescendiente y de superioridad que el de los años 80. Ponemos la misma cara de adultos enternecidos cuando nuestros hijos nos muestran el dibujo que acaban de garabatear en un papel, o exhiben orgullosos sus últimas habilidades adquiridas. No tenemos la más mínima intención de aprender nada de ellos, porque, ¿qué diablos podrían enseñarnos?

Sudáfrica llegó a su debut bailando. Literalmente. Las imágenes de televisión nos mostraron en directo el descenso de la guagua de los futbolistas que dirige el brasileño italianizado, Carlos Parreira, cuando llegaban al Soccer City de Johanesburgo. Todos bailaban. Lo hacían al mismo ritmo y cantaban la misma canción. Uno a uno fueron pasando por delante de la cámara, como si de un ritual tribal se tratara. Ninguno de ellos llevaba atornillado en su oído los auriculares del Ipod, sus ojos no despedían fuego, ni ponían cara de enfadados para demostrar lo responsabilizados que estaban ante la «batalla» que se avecinaba, y tampoco miraban al horizonte con la vista perdida como si no viesen a nadie a su alrededor. En definitiva, no se disfrazaron con pose de estrellas consentidas. Iban bailando y riendo. Se divertían. Pero no acabó aquí la osadía africana; cuando ya caminaban por el túnel de vestuarios para saltar a calentar, los Bafana Bafana volvieron a bailar. Los narradores y comentaristas casi ni lo notaron, si acaso, se pudo escuchar alguna pincelada cómica, como de papá satisfecho con la gracia de su pequeño.  Después, jugaron el partido y empataron con México, aunque pudieron haber ganado, de señalarse un claro penalti que posiblemente hubiera supuesto el 2-0. Pero eso es lo de menos.
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