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​GRISÁLIDA

ELIJO LA MADUREZ DE LOS GRISES

FÚTBOL, EL DEPORTE DE LOS POBRES

15/2/2015

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El fútbol base canario no saltó al verde este fin de semana. Los clubes mostraban así su rechazo al polémico apartado de la Ley de Emprendedores que obliga a las entidades deportivas sin ánimo de lucro a dar de alta en la Seguridad Social a sus entrenadores, preparadores físicos y todos aquellos colaboradores que perciban cualquier tipo de remuneración, por pequeña y simbólica que sea. Naturalmente, la norma va dirigida a todos los deportes y a todos afecta por igual en el fondo, pero en el caso del fútbol se dan determinadas circunstancias que me llevan a solidarizarme especialmente con su causa. El fútbol es el deporte más universal, que socializa y que integra, al alcance de todos. Es el deporte-juego que puede practicar cualquier persona, independientemente de sus posibilidades económicas, al menos, hasta ahora.

El deporte de base forma una gigantesca y compleja estructura que todavía en España no está correctamente organizada ni regulada, pero que ha ido profesionalizándose en los últimos treinta años hasta unos niveles más que aceptables. Eso ha ido acompañado, con sus luces y sombras, de la aparición de una industria que genera crecimiento económico y puestos de trabajo y que repercute positivamente en la calidad de los servicios. La oferta de actividades deportivas escolares, federadas o privadas es inmensa. Sin embargo, solo el fútbol garantiza que cualquier familia pueda inscribir a sus hijos en un equipo, independientemente de su nivel de ingresos. Dicho de otro modo, los hijos de familias pobres que quiere practicar deporte juegan al fútbol. Las razones son múltiples. Las hay ambientales, tradicionales, técnicas, incluso relacionadas con el propio reglamento. Será difícil que nos pongamos de acuerdo en cual pesa más, pero lo cierto es que el fútbol es el único capaz de integrar, sin excepción, a todas las capas de la sociedad. Es cierto que también estas organizaciones imponen cuotas a los padres para cubrir los gastos de sus actividades, pero no lo es menos que hay tantos clubes, prácticamente en cada barrio y en cada pueblo, muchos con más de un equipo por categoría, que no hay ningún niño que quiera jugar y que no pueda hacerlo, con un desembolso mínimo, cuando no sin coste dependiendo de las circunstancias familiares. Es, objetivamente, una labor social que no admite ni discusión, ni comparación con ningún otro deporte. No porque esos otros deportes no quieran, sino porque no pueden.

A causa de Ley de Emprendedores los colaboradores de los clubes de fútbol base quedan fuera del marco legal del voluntariado, recogido en otra ley. Tras un estudio encargado en el período en el que se empezó a desarrollar la nueva normativa los técnicos de la Administración determinaron que el tipo de vínculo de estos clubes con su personal tiene más que ver con un contrato de trabajo que con el voluntariado. Hablan de obligaciones, horarios, objetivos y, por supuesto, de remuneración. No cabe duda de que la casuística es muy variada. Hay clubes, asociaciones y cadenas con infinidad de modelos; unos, modestos, otros, con estructuras amplias, dentro de las cuales también varían las condiciones del personal dependiendo de las funciones encomendadas, la categoría y, por tanto, la responsabilidad. Pero, salvo que se legisle con mala fe, con dejadez y negligencia o con la intención de engordar artificialmente la afiliación a la Seguridad Social con afán electoralista, es incomprensible que habiendo hecho un estudio riguroso se pueda establecer que de modo generalizado el deporte/fútbol base pretenda eludir sus obligaciones haciendo pasar por voluntarios a trabajadores. Cada club de fútbol base necesita como mínimo tantos entrenadores como equipos. Todo el que conozca un poco el mundillo sabe que la mayoría son entrenadores amateurs que ejercen esa labor como una afición, igual que otros juegan en ligas de veteranos para matar el gusanillo. Muchos llevan y traen a niños con menos posibilidades, organizan salidas para hacer grupo, organizan partidos entre padres e hijos y se involucran con sus equipos mucho más allá de lo que les podría exigir la «remuneración» que perciben. No sé si pueden ser considerados técnicamente voluntarios, pero de ningún modo son profesionales, con todo lo que ello implica. Los hay, pero son los menos.

Creo que el deporte de base necesita una regulación propia en la que no debería ser tan difícil establecer límites en la retribución y las condiciones de los colaboradores para evitar la picaresca, que también existe y que hay que perseguir. Pero, si las autoridades se ponen serios en el cumplimiento de la actual ley le harán la vida imposible al sector. No me voy a poner catastrofista anunciando el Apocalipsis. Sin duda, el fútbol base sobrevivirá. Se encargarán de ello muchos sinceros defensores del deporte como vehículo de socialización y adquisición de valores y hábitos saludables. También lucharán por mantener sus privilegios aquellos que llevan décadas apoltronados en sus cómodos sillones sin dejar paso a nuevos proyectos aprovechándose del perverso engranaje de poder que mantiene inamovibles envejecidos equipos de trabajo, cargos y estilos desfasados de gestión. Aquellos que ya ni recuerdan por qué un día dieron un paso adelante para trabajar en favor del fútbol modesto. Claro que el fútbol base sobrevivirá, existen demasiados intereses creados como para dejarlo morir. Pero, estoy igualmente convencido de que será un poco más exclusivo porque los gastos extra derivados de la Ley serán repercutidos en las familias. Como consecuencia, el deporte más social de todos lo será menos. Y eso, aunque me escueza ir de la mano de quienes no son dignos de representar el fútbol base, no deberíamos permitirlo.

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