GRISÁLIDAeSCOJO LA MADUREZ DE LO GRISES |
Lo primero que me gustaría dejar sentado es que Josef Ajram es susceptible de ser criticado. Esto, que parece una obviedad, no lo es para todos. A diferencia de los futbolistas, los pilotos, o incluso los atletas olímpicos, a determinados deportistas se les considera por encima del bien y del mal porque practican disciplinas que identificamos con un valor muy cotizado, como es el afán de superación. Es el caso de las tan de moda carreras de ultrafondo, los Ironman y pruebas similares, en las que se ha especializado Josef Ajram. Y siendo eso cierto —lo de la superación personal—, no lo es menos que algunos de sus practicantes son deportistas profesionales con elevados ingresos, con patrocinadores y gabinete de prensa. El propio Ajram lo explica en su vendidísimo libro, ¿Dónde está el límite?, cuando cuenta el momento en el que se percató de que podía rentabilizar económicamente sus desafíos deportivos con el envoltorio adecuado. Buscó un buen lema y lo vinculó a su imagen. Creó una marca. Ese día, Josef Ajram se convirtió en un deportista profesional y un personaje público que vende un determinado producto a sus seguidores. Por lo tanto, en ese instante, su actividad deportiva queda sometida a la crítica especializada. Tras abandonar el reto, que Red Bull, su patrocinador principal, denominó «7 Islands», Josef Ajram no utilizó en ningún momento la palabra fracaso (1). Sin embargo, tras un año de preparativos para afrontar un reto de gran envergadura, con publicidad e importante despliegue mediático en las islas y a través de Internet, completar menos del 20% del objetivo no puede ser considerado de otra forma (2). Si el objetivo de un equipo de fútbol es jugar la Champions y al final de la temporada desciende, es evidente que ha fracasado. Luego, habrá que identificar las causas, pero el resultado no ofrece dudas. En su libro, Ajram no dedica ni un solo capítulo al fracaso y a la derrota, una omisión inexplicable en un volumen cuyo lugar natural en la biblioteca es la estantería de autoayuda. Son dos conceptos cercanos en las consecuencias pero completamente opuestos en la causa, y que todo deportista, y por extensión, toda persona, debería conocer. Si bien, describe algunos episodios de su vida en los que los padece, la única conclusión que parece haber extraído de ellos es que, «nunca más quiero sentir algo así». Si se refiere al fracaso, es aceptable, pero si se refiere a la derrota, es una actitud incompatible con el deporte y con el juego de la vida. La derrota es un hecho natural tras haber sido superado por un rival o por otros factores incontrolables. El fracaso se produce cuando no hemos hecho todo lo posible por alcanzar el objetivo. En el libro sí que hay una referencia a esto último, aunque sin llamarlo por su nombre, en el que realiza la siguiente reflexión: — Todo el mundo es capaz de hacer lo que se proponga siempre y cuando luche por ello y agote todos los recursos posibles antes de rendirse [...] Naturalmente, llegará un punto en el que si no puedes, no puedes. Yo creo que Josef Ajram no quería hacer el «7 Islands». Para decir esto me baso en el propio resultado de la prueba y en sus declaraciones posteriores. Cuando decidió bajarse de la bicicleta, en La Gomera, sus colaboradores, con el rostro desencajado, aún albergaban la esperanza de que seguiría adelante, mientras lo miraban de reojo junto a la carretera y explicaban a cámara que el superatleta estaba perfectamente, solo «un poco cansado». Pero lo que Ajram dijo apenas unas horas después es que la cabeza se negó a seguir. Inexplicable. Incompatible con el producto que vende. Decepcionante para sus incondicionales, que lo consideran un gurú, un ejemplo, un estímulo para sus propias vidas. Acto seguido, y en la misma entrevista que le hizo Juanjo Toledo en Canarias Radio La Autonómica, Josef Ajram anuncia que deja el deporte profesional y que a partir de ahora hará lo que quiera y cuando quiera, sin la presión de tener que hacerlo (3). Un «cambio de rumbo» en su vida, lo llamó. Hay que entender que en el caso de Ajram el deporte profesional no significa participar en un calendario de eventos que fija la federación internacional, como en el tenis, o responder ante un club de fútbol que paga a sus jugadores por entrenar y jugar cada semana, sino representar a las marcas que le patrocinan y someterse a sus exigencias publicitarias. Insisto una vez más en que Ajram, más que un deportista, es un producto comercial. Si a alguien le molestan mis palabras hará bien en leer la definición que de sí mismo hace el ultrafondista catalán: — Viéndolo con perspectiva, creo que esto fue el detonante de lo que soy ahora como deportista. Y, más que deportista –que no me considero como tal–, puedo afirmar que fue el detonante de este Josef Ajram de hoy, como personaje [...] Me sorprende la gente que me critica o, mejor dicho, que critica las marcas que me apoyan simplemente por el hecho de lo que refleja mi currículum vitae deportivo [...] Y esas marcas le exigen desafíos que puedan rentabilizar. Ajram viene a ser el cantante de moda al que las discográficas exigen un álbum por año. Pero el artista está estresado, harto de retos en los que no cree y que no necesita. No como al principio, cuando lo hacía por vocación, cuando tocaba en los bares apenas por el importe de las copas que consumía, con afán auténtico de superación como del que habla en ¿Dónde está el límite? (4). Alguien no decide cambiar el rumbo de su vida de la noche a la mañana —literalmente, en el caso de Josef Ajram—. Personalmente, creo que él sabía que iba a abandonar desde mucho antes de poner un pie en El Hierro, incluso pienso que tenía el discurso preparado. Seguramente, la inercia del trabajo —porque eso es lo que era para él— le hizo entrenar, grabar los vídeos de Red Bull y mandar los mensajes que de él se esperaban. Incluso, es posible que durante un tiempo pensara que la profesionalidad le bastaría para cumplir con la misión, pero en el fondo no quería hacerlo. No era su sueño, no era su guerra, sino la de Red Bull. Ese ha sido su fracaso. Y, seguro que no quiere «volver a sentir algo así».
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