GRISÁLIDAeSCOJO LA MADUREZ DE LO GRISES |
«No quería lesionar a Messi». Lo ha dicho Ujfalusi y lo repiten en una rídícula coletilla todos los los loros que alberga el exótico zoológico deportivo nacional. Tampoco Drenthe quiso dejar a Marc Bertrán seis meses en el dique seco la pasada temporada. O, mucho antes, hace justo 27 años, estoy seguro de que Goikoetxea no quiso partirle el tobillo a Maradona. Ninguno quería hacer daño —al menos no tanto— pero todos ellos lo hicieron, y mucho. ¡Y sólo faltaba que lo hubieran hecho a propósito! Si así fuera ya no estaríamos hablando de reglamento y sanciones deportivas, sino de Derecho Penal. Y Miguel Ángel Valerón estaría cobrando una jugosa pensión vitalicia con factura a cargo del Chapi Ferrer.
¿Que Ujfalusi y los demás no querían hacer daño? Claro que no, pero es como quien enciende una bengala en medio de una grada atestada de gente y cuando alguien sale herido dice que fue sin querer, un infortunio. O cuando un conductor ebrio provoca un accidente con víctimas. Lo cierto es que por frustración, rabia, cansancio, o vaya usted a saber por qué, Ujfalusi hizo una entrada salvaje, aterradora e irresponsable cuyas consecuencias podían haber sido muy graves. Y tales actitudes han de penarse en todos los órdenes de la vida en proporción al daño resultante y, en todo caso, al que su temeraria acción potencialmente pudiese causar. Porque, si no es justo que conductores suicidas seguen la vida de inocentes en la carretera o, en el mejor de los casos, les den sustos de muerte, tampoco lo es que futbolistas imprudentes —nótese que no digo violentos— acaben con la carrera deportiva de otro futbolista. Aunque sea sin querer. |