GRISÁLIDAeSCOJO LA MADUREZ DE LO GRISES |
Creo firmemente que en la política hay que hacer afición. Es necesario que la política interese aunque sea gracias al espectáculo. Inmediatamente después del debate de Atresmedia, publiqué en las redes sociales mi valoración de los tres candidatos y la suplente Soraya. «Mi veredicto sobre el #debate, ideas al margen: Soraya, impecable. Ya sabemos por qué la mandó Rajoy. Pedro, el mejor lenguaje corporal. Poca cintura. Albert, de menos a más. El que peor empezó y el que mejor acabó. Pablo... simplemente, Pablo. Es distinto. Tiene su público» Enseguida surgieron los comentarios a favor y en contra. Algunos discrepaban exponiendo su propia valoración. Pero lo que más rechazo generó fue el término impecable, que utilicé para definir la participación de Soraya Sáez de Santamaría. Da igual que añadiera una frase que suponía una evidente ironía crítica, o que en el enunciado hubiera dejado claro qué es lo que estaba valorando, con la coletilla, ideas al margen. Lo cierto es que, en general, salvo para sus votantes —y no todos—, el PP es un partido antipático haga lo que haga. Se lo ha ganado a pulso. Pero hay otra lectura que me interesa mucho más que esta obviedad. Y es el interés que despertó el debate, en mi opinión, consecuencia directa de la altísima exposición mediática, sobre todo televisiva, de los distintos líderes políticos, que a su vez es el resultado a largo plazo de los movimientos del 15-M. Pero, a diferencia de lo que pregona Podemos, el mérito no solo es de quienes acudieron a las concentraciones y a las asambleas, sino de una gran parte de la sociedad que, aún sin salir de casa, reaccionó abriendo sus oídos hasta entonces adormecidos ante cualquier discurso político de renovación o de cambio. La crisis tuvo un efecto positivo —al menos uno—, que llevó a algunos a indignarse en plena calle, a otros a indignarse con los indignados, a otros a poner en duda lo establecido y a muchos, simplemente, a seguir con curiosidad los acontecimientos. Como mínimo, la gente quería información. Poco a poco, telediario a telediario, la política comenzó a ser como el fútbol. Todos opinaban, tenían en la cabeza su propio dibujo táctico y se empezaron a sentir con fuerzas para provocar una pañolada que convenciese a los directivos de que esto no podía seguir así. Y, aunque fuera para tratar de frenar a los «insurgentes», también los aficionados de toda la vida entendieron que había llegado el momento de movilizarse.
Las cadenas de televisión se dieron cuenta de la nueva oportunidad que se abría y se apresuraron a explotarlo incluyendo en sus parrillas espacios de debate político que enseguida obtuvieron éxito de audiencia. Periodistas como Ana Pastor o Jordi Évole, que en otros tiempos habrían pasado más inadvertidos o habrían tenido que buscar éxito con otros contenido, triunfaron, cada uno con su formato de entrevistas, pero en ambos el peso de la política fue creciendo paulatinamente. Dos jóvenes presentadores que combinan con maestría periodismo, política y la adecuada dosis de show para que pueda interesar al target de espectadores más amplio posible. Otros, como Jesús Cintora, destituido por "demasiado partidista" en Mañanas Cuatro, Antonio García Ferreras, en Al rojo vivo o Iñaki López, en La Sexta Noche, han sido capaces de convertir el debate político en un producto audiovisual de consumo de masas. Incluso, el veterano humorista, El Gran Wayoming, cuando ya parecía definitivamente fuera de circulación, ha reverdecido viejos laureles nutriendo a El Intermedio de su ácida sátira política. Así es cómo nacen los fenómenos de masas. Una vez fuera del cascarón el monstruo se retroalimenta. Van apareciendo personajes perfectamente adaptados al nuevo ecosistema, cada cual en respuesta a la demanda de un sector de la audiencia —a partir de ahora podemos llamarlo así—, que en la otra parte provoca el mismo rechazo que adhesión en los primeros. Es la tormenta perfecta. Y eso, me falta añadir, es bueno. ¿Es frívola esta forma de elevar la participación en el debate político y en las urnas? Depende. Si además del envoltorio no hay sustancia en el paquete, sí. Pero en esto soy muy pragmático: a mayor número total, mayor número relativo. Cuanto mayor sea el número de personas interesadas en política, mayor será también el de los que, entre ellos, además, la entienda, profundice y tenga un criterio, digamos, razonado. Creo firmemente que en la política también hay que hacer afición. Es necesario que la política interese al mayor número de personas posible, aunque sea gracias al espectáculo. Venimos de los años en los que no les hacíamos falta a los políticos, algo que, admitámoslo, tampoco molestaba a casi nadie, más que de puertas hacia afuera pero sin consecuencias ni en el compromiso ni en el voto, narcotizados como estaban, con sus necesidades y algún capricho que otro cubiertos. Frente a eso, ahora, nueve millones de personas se sientan delante de la tele para ver debatir a lo largo de dos horas a cuatro políticos. No solo eso, saben en líneas generales qué ideario representa cada uno, aunque sea basado en tópicos. Ya sé que nadie se ha leído el programa electoral de los aspirantes a copar los asientos de la Cámara Baja, pero las ideas fuerza de cada grupo han calado en un número mucho mayor de personas que años atrás. Hay más oídos dispuestos a escuchar y más mentes dispuestas a cambiar de opinión. Volviendo al principio de esta reflexión, mi superficial análisis tuitero sobre la forma en que se desenvolvieron en el plató los candidatos y la suplente de Rajoy, es lo que la mayoría de los telespectadores hizo. No fue un debate profundo, pero fue interesante. ¿Debería la gente votar según la impresión que le causaron los cuatro representantes políticos? Evidentemente, no. Pero gracias al interés que suscitó, en los siguientes días estarán más atentos a todas las informaciones que hagan referencia a los distintos candidatos, las propuestas, las réplicas, incluso de los partidos que no fueron invitados. Es una buena forma de entrenar cerebros para que estén mejor preparados para tomar decisiones y, por qué no, actuar, que a la postre de eso se trata. |