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​GRISÁLIDA

ELIJO LA MADUREZ DE LOS GRISES

La remontada

14/3/2017

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El PSG de Emery hizo de villano cobarde, 
intimidado por la convicción del héroe
malherido y desprestigiado, que contra
toda lógica logra rehacerse para escapar
del que parecía su único destino posible,
​la muerte

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El calibre de una gesta tiene que ver con lo difícil, lo improbable y lo dramático que llegue a ser. Si a esto añadimos la existencia de un gran derrotado, ya tenemos todos los ingredientes necesarios para que la remontada del Barcelona sea una de las grandes historias del deporte universal. Y como tal, sería una pena encorsetarlo en los noventa minutos que duró el partido del Nou Camp. Es mucho más bella si partimos desde el pitido final del partido del Parque de los Príncipes, que acabó con el humillante 4-0 a favor del PSG, tras una exhibición de fútbol del equipo de Emery y un Barça ninguneado y anulado, como un boxeador noqueado que deambula sobre el ring. Sin embargo, la remontada empezó inmediatamente. Luis Enrique, todavía en shock, habló de «machada posible» y de los cinco goles que necesitaba su equipo para pasar a cuartos de final. Seguramente, cuando la plantilla del PSG y Emery leyeron esas palabras al día siguiente se sonrieron sin darle mayor importancia. Son solo palabras pronunciadas de forma autómata. Las de un hombre derrotado que quiere dar apariencia de entereza. Y puede que en ese momento fuera así.

El sábado previo al partido de vuelta, el Barça tenía que enfrentarse al Celta en liga. No era el mejor momento para medirse a un equipo que acecha los puestos europeos, ambicioso y ofensivo. Lo cierto es que desde el día siguiente a la catástrofe había comenzado a generarse en la opinión pública un debate sobre si existían opciones de remontar la eliminatoria. Desde una pregunta tan simple, vulgar incluso, el universo futbolístico se dividió en dos, como tantas otras veces. Los del 'sí' manejaban argumentos demenciales, que a fuerza de tener que defender en barras de bar y en tertulias de radio y televisión se convirtieron en la secta de 'Los Creyentes'. Los del 'no', mucho más sensatos, no necesitaban esforzarse demasiado. La UEFA, a la que le ha dado ahora por adentrarse en el apasionante mundo del cálculo de probabilidades —en lucrativa connivencia con las casas de apuestas—, le daba 0% de opciones de pasar al Barça. Creo que Luis Enrique fue capaz de leer lo que estaba pasando y decidió aprovecharlo. Se estaban creando espontáneamente las condiciones ambientales óptimas para intentarlo de verdad. Porque una cosa es intentarlo, obligación de todo profesional, y otra, hacerlo en serio. Pero aún faltaba algo. No era suficiente con el entusiasmo irracional de 'Los Creyentes'. Necesitaba algo a lo que también sus jugadores, por lo general, mucho más pragmáticos que los aficionados, pudieran aferrarse. Alguna experiencia que durante esos próximos noventa minutos transforme sus cerebros en el de esos auténticos Creyentes. Y la oportunidad la tenía delante de sus ojos; el partido del Celta. Podía haber jugado al ralentí, tratando de ganar el partido con el menor esfuerzo posible para reservar a los suyos para la Champions o podía convertirlo en un ensayo general. Eso fue lo que les dijo, probablemente, en el vestuario a sus jugadores: «Hay que remontar el 4-0 del PSG, hoy». El Barça fue un torbellino y la afición del Nou Camp entendió enseguida el simbolismo del partido. Empezaron a caer los goles y no pararon hasta llegar a la cifra mágica y de ningún modo casual, de cinco. Era lo que buscaban. El ser humano está mucho más predispuesto a intentar algo, por difícil de que sea, si ya lo ha hecho antes, y cuanto más cerca en el tiempo, mejor. La goleada al Celta ante la afición azulgrana fue determinante. Logró entrenar para la gesta la mente de los jugadores, algo mucho más importante en este caso que las piernas. Inyectó un chute de vitaminas extra en 'Los Creyentes', que desde ese momento pasaron de ser una minoría exótica a representar a todo el barcelonismo, lo que atrajo a la causa a otros muchos escépticos. Y no menos importante, el PSG encajaba el primer gol psicológico —«el Barça cree, no es un farol»—. Seguramente, por primera vez desde el partido de ida sintieron miedo.

Unai Emery tuvo miedo. No al Barça, sino a la derrota. Y cuando tu obsesión es no perder, la victoria ni siquiera es una opción. Y transmitió ese miedo, si es que no lo tenían ya, también a sus jugadores. Cuando llegaron al campo notaron lo que ya intuían en París leyendo la prensa. No se enfrentaban al Barcelona sino a una horda de fanáticos que se habían autoconvencido de que podían remontar la eliminatoria. Lo que vino a continuación es de sobra conocido, errores arbitrales incluidos. Cada uno jugó el papel que le correspondía en el guión de esta epopeya deportiva. El PSG de Emery hizo de villano cobarde, intimidado por la convicción del héroe malherido y desprestigiado, que contra toda lógica logra rehacerse para escapar del que parecía su único destino posible, la muerte.

Las palabras de Luis Enrique tras el partido son reveladoras: «dedico la victoria a todos los que creyeron en nosotros incondicionalmente». Podría parecer injusto con millones de culés repartidos por el mundo que querían pero no creían, y que celebraron igual la hazaña, pero el estratega asturiano sabía bien lo que decía. La chispa la encendieron ellos, los irracionales Creyentes que infundieron fe en los suyos e hicieron tambalearse hasta caer la de sus rivales.
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